Hoy es martes y, por si no lo habéis notado, hace dos martes que no hay entrada. ¿Por qué?
Pues porque he estado disfrutando de unos días libres y limpiando el sótano.
Uno no puede hablar de monstruos si no los conoce personalmente, así que allá que me he ido, escoba y plumero en mano. (Aquí para saber de que hablo.)
La experiencia está siendo muy interesante, pero cómo aún me quedan trastos por remover, ya os hablaré de ello más adelante.
Hoy quiero hablar de la vergüenza.

Sólo un poco, tampoco mucho.
Vergüenza pura y dura.
«Es que yo he nacido así, no lo puedo evitar…»
Amigo, te estás haciendo trampas al solitario.
Ya hemos hablado, en alguna ocasión anterior, de que nuestras neuronas son reprogramables y, por tanto, no sólo podemos cambiar nuestros hábitos, sino también nuestra forma de actuar y de responder ante diferentes situaciones.
Cuesta trabajo, pues sí, no nos vamos a engañar, pero si estás dispuesto a coger la escoba y el plumero, no habrá nada que se te resista.
Lo digo por propia experiencia.
El otro día oía en internet una cosa que me gustó (no apunté el nombre de quién lo decía, pero es un monologuista español) y que entiendo perfectamente porque me suele pasar.
Decía algo así como que él era tímido, pero que poseía habilidades sociales que le permitían relacionarse con todo el mundo, pero que esta interacción le dejaba agotado.
Estoy de acuerdo, y esas habilidades sociales se pueden aprender, así que no hay excusas, sólo trabajo que hacer.
Yo nací con ellas, qué se le va a hacer. Pero, también paso vergüenza.
Porque señorxs, la vergüenza no tiene nada que ver con ser tímido o no.
Pasamos vergüenza porque lo que acontece no está a la altura de lo que hemos previsto.
Ejemplo rápido y muy sencillo.
Vamos por la calle y catapúm, nos caemos.
Si tenemos suerte y no nos rompemos nada nos reímos de la vergüenza, de lo contrario lloraremos y seguiremos pasando vergüenza.
¡Qué se le va a hacer! No hay escapatoria.
Recuerdo una ocasión que iba yo monísima, hasta taconazos y sombrero llevaba, y, de repente, zas, triple vuelta mortal de campana por el suelo.
Imaginaros como fue que la gente vino corriendo a ayudarme y, hubo un momento en que preguntaron ¿estás bien, te has hecho daño?
- Tranquilos, estoy bien, sólo me he hecho daño en la dignidad…
Tal cual, porque claro, tú te caes en chandalismo y oye, pasa más desapercibido. O eso creemos.
Simplemente, nuestra mente cree que pasaremos más desapercibidos que si vamos con sombrero y taconazos, porque nuestro ego quiere llamar la atención por guapetón y no por hacer la croqueta por el suelo. Chim pum.
Los hechos no acompañan nuestros deseos. Teníamos previsto algo mejor y no hemos estado a la altura.
Que tenemos que hablar en público y nos atascamos, vergüenza.
Que tiramos un vaso en el restaurante, vergüenza.
Que escribimos un blog y lo publicamos, vergüenza, vergüenza.
Y ¿qué pasa con la vergüenza ajena? Ese momento en que nos ponemos colorados, en ocasiones hasta de indignación, y ni siquiera conocemos a la persona…
Siempre me ha resultado curioso hasta que he hecho consciente…
Repito, he hecho consciente.
Léelo otra vez.
Que una cosa es saberlo y otra hacerlo consciente.
Bien.
He hecho consciente que todo eso que me avergüenza (o me indigna, o cualquier otra emoción) en los demás forma parte de mi sombra. Chim pum.
Nos molesta, nos avergüenza, nos indigna, nos altera porque llevamos toda la vida intentando ocultar precisamente eso.
¿Cómo se atreve a hacerlo si a mí me han enseñado a que eso está mal? ¿quién se cree que es? ¿a dónde vamos a llegar? ¿no le dará vergüenza?
¿Cómo puedo caerme y avergonzar a mi clan?
¿Cómo voy a hablar en público y llamar la atención sobre la familia?
Eso no se dice, eso no se cuenta, qué vergüenza, qué van a pensar…
ATxC el clan, la familia y hasta los vecinos. No sigo que tampoco es cuestión de acabar en la cárcel, que ya me habéis entendido.
Aceptar la sombra forma parte de nuestra evolución personal y, desde luego, de nuestra paz mental.
Por suerte, la sombra tiene sentido del humor, cuánto más te rías de tus «pecados», mejor lo llevarás. Y desde luego, no todo lo que está en la sombra es malo.
¡Cuánta gente reprime su creatividad o sus sueños por el qué dirán!
A mis años qué van a pensar.
Los artistas son unos muertos de hambre.
Tengo que ser médico como mi padre, no puedo ser actor.
ATxC también.
Sólo tienes esta vida (que sepamos o no) úsala para ser feliz.
Ojo, si para ti ser feliz pasa por maltratar animales, matar personas, o quemar bosques (o cualquier hecho similar) no lo hagas. Mejor vas a un psiquiatra. A esa sombra le hace falta una ayudita.
No me alargo más, nos vemos la semana que viene.
Chaíto.